lunes, 24 de agosto de 2009

EL PRIMER AUTOMOBIL EN CUBA.


Cuando parecía que a 1898 no le quedaban ya más novedades que ofrecer a los cubanos, un día de diciembre amanecieron los habaneros sobresaltados por el andar ruidoso del primer automóvil.

Aquel vehículo con motor de bencina, capaz de recorrer apenas unos 10 km. por hora, de apariencia endeble y bastante inseguro, llegaba para hacerle la competencia al coche de caballos, poner a las autoridades a pensar acerca de nuevas regulaciones del tránsito y forzar al mejoramiento de los caminos aún polvorientos de la capital cubana.

Mucho se habló del automóvil desde que hizo su aparición en el Prado habanero, con una grey de curiosos a ambos lados para quienes aquello era tanto como ver al escurridizo cometa Halley. Y su presencia suscitó también muchas bromas que fueron recogidas en las páginas de los diarios de la época.

El propietario del Parisienne -tal era la marca de aquel automóvil- era José Muñoz, representante en Cuba de la agencia que en Francia los manufacturaba. Lo había adquirido en unos mil pesos, aunque consideraba que era buena inversión porque serviría de muestra para la promoción de las ventajas del vehículo.

Aquella máquina de hierros, palancas y correas no pasaría de ser lo que hoy llamaríamos un "cacharrito", pero conmocionó a los habaneros al punto de que apenas seis meses después llegó el segundo automóvil. Era un Rochet-Schneider adquirido en Lyon; su dueño, el farmacéutico Ernesto Sarrá, pagó por él nada menos que 4 mil pesos, y se preciaba de sus ventajas: ocho caballos de fuerza y una velocidad máxima de 30 km./h.

Con su auto, el doctor recorría la distancia entre La Habana y la localidad de Güines en sólo hora y media.

Un tercer auto arribó a la capital cubana para prestar servicio a la fábrica de cigarrillos H de Cabañas y Carvajal, que lo usó para repartir mercancías.

A partir del 3 de septiembre de 1899 circuló también el primer triciclo-automóvil, de bencina e importado de Italia. Varios automóviles más se hicieron ver pronto en las calles de la esta ciudad. En orden siguieron dos vehículos importados de Nueva York, los primeros de procedencia estadounidense.

Después, el señor Francisco Astudillo compró el primer vehículo eléctrico; un cochecito ligero, elegante, no contaminaba el ambiente y recorría hasta 12 millas por hora. Llegaron, además, otro Rochet-Schneider, un Panhard Levasor y algunos White, de gasolina, traídos de Cleveland por Silvestre Scovel, representante en Cuba de una fábrica de máquinas de coser.

Casi aparejada con la introducción del automóvil en Cuba, surgieron los servicentros o garajes. El pionero de ellos fue el de la calle Zulueta # 28. Tampoco tardaron en irrumpir las carreras de autos, y en 1903 surgió el Automóvil Club de La Habana, que casi de inmediato organizó las primeras lides.

Cinco pilotos de la aristocracia se situaron al volante, cada uno acompañado por una dama. Ganó Dámaso Laine, el único que iba solo. Dos años después se celebraron las segundas carreras, ya entonces con la participación de corredores extranjeros.

viernes, 21 de agosto de 2009

LAS 7 MARAVILLAS ARQUITECTONIZAS CUBANAS.


Asi como el mundo marcó sus siete maravillas en la historia de siglos e igual cantidad en la época moderna, la mayor de Las Antillas también cuenta con obras monumentales clasificadas de únicas por las soluciones técnicas aplicadas y su magnitud.

Las denominadas maravillas de la ingeniería civil cubana, seleccionadas de un total de 37 propuestas, abarcan un plazo nada despreciable de 72 años, con la primera de ellas originada en el siglo XIX.

Ese honor correspondió al acueducto diseñado por Francisco de Albear, que comenzó a prestar servicios en 1893 y todavía en la actualidad suministra casi el 20 por ciento del vital líquido que consume la capital cubana, con una entrega de 144 mil metros cúbicos diarios. Considerada en su tiempo una obra maestra, el proyecto del acueducto fue objeto de reconocimientos internacionales en las exposiciones de Filadelfia y París.

La segunda maravilla llegó en abril de 1912, con el Túnel del Alcantarillado de La Habana, diseñado para evacuar de la urbe las aguas albañales por gravedad y por debajo de la bahía.

Hacia 1931 los mil 139 kilómetros de la Carretera Central -desde occidente a oriente de la isla-, factor imprescindible para el desarrollo económico y social del país, se hicieron merecedores de ser incluidos en la privilegiada relación de obras ingenieras, con un compás constructivo de hasta 23,5 kilómetros por mes.

A inicios de la segunda mitad del siglo XX, más exactamente en 1956, el edificio Focsa -verdadero coloso de hormigón armado- ocupó su lugar en la lista al ser uno de los más importantes de su época con 39 niveles y una altura de 121 metros sobre el nivel de la calle. Las cifras eran significativas, con facilidades de estacionamiento soterrado para 500 vehículos, 375 apartamentos, centros comerciales y piscina, unido al empleo de unos 35 mil metros cúbicos de hormigón, 120 kilómetros de tuberías para cables, un millón de pies de alambres de cobre y la particularidad de no utilizar grúas en su construcción.

Apenas dos años después de esta monumental obra, en 1958, la capital ganó rapidez en su acceso hacia el este con la entrada en operaciones del Túnel de la Bahía de La Habana, obra que necesitó del empleo de técnicas novedosas para su tiempo a nivel mundial y que facilita el cruce por debajo de la bahia. Los tubos que integran el viaducto se ubican a una profundidad de 12 a 14 metros, con cuatro carriles que permiten el tránsito de hasta 6 000 vehículos por hora.


A la infraestructura vial cubana corresponden las dos últimas maravillas, la primera de ellas el Puente de Bacunayagua, con alturas de hasta 110 metros y donde por vez primera se utilizaron en el país el hormigón estructural y el acero laminado para los semiarcos, además de contar con vigas cuyo peso oscila en torno a las 47 toneladas.

La más reciente data de 1965 y se localiza en el oriente cubano bajo el nombre de Viaducto de La Farola, enlace entre Guantánamo y Baracoa con alturas que en ocasiones llegan a 450 metros sobre el nivel del mar y cuya ejecución en una formación geológica que no permite el uso de explosivos necesitó del empleo de los martillos neumáticos.

viernes, 14 de agosto de 2009

LA FLOR NACIONAL CUBANA


Fue en 1936 que los botánicos del Jardín de la Paz en Argentina, pidieron a sus homólogos cubanos que determinaran cuál podría ser la flor nacional. El 13 de octubre de ese mismo año, fue elegida la mariposa como flor nacional de Cuba, debido a que su blancura representa la pureza de los ideales independentistas, simboliza la paz, es un elemento presente en las franjas de la enseña nacional. Es asimismo paradigma de la gracia y la esbeltez de la mujer cubana.

Alberto Boix Comas decía sobre ella a principios de la década de 1950.

“Cuba tiene en la Caña de Ambar comúnmente conocida con el nombre criollo de Mariposa a su Flor Nacional. Junto a los emblemas sagrados en que los pueblos de América encarnan la expresión de su soberanía, de su independencia y su libertad, junto a su bandera, a su escudo y a su himno nacional ponen todos y cada uno de ellos a una flor, que es expresión de su espíritu delicado, de su alegre vivir y del optimismo con que miran el mañana indescifrable, pretendiendo con ello los pueblos de hoy al igual que los de antaño, simbólicamente expresar, a través de las lindas flores, los pensamientos que enaltecen.

“Cuba, la que es la "tierra más hermosa" por ser el jardín eterno de Madre Natura, la que es el embeleso del que canta y del que ríe, del que sufre y del que llora, del que ama y que trabaja, no podía quedarse sin elegir, entre sus mil y mil filigranas de jardines y vergeles, de sus montes y sus campos una flor que de todas fuera señora y reina y en la que personificar pudiera la grandeza que aureola la blancura de la estrella solitaria de su plácida bandera, el perfume de su historia y de sus glorias y la forma delicada de sus ansias de vivir envuelta siempre entre optimismo, grandeza y colorido y "al efecto puso sus ojos en aquella que es adorno y gala de sus más lindas mujeres.

Escogió la que tiene un perfume exquisito y penetrante que donde esté la delata y que busca como cuna el rumor de la fontana, las caricias del arroyuelo y el frescor del agua pura, cristalina y movediza en que se miran y contemplan las vírgenes y dulces doncellas ansiosas de encontrar en sus ondas el reflejo fiel y vanidoso de su hermosura y lozanía. Consagró como Flor Cubana y como Símbolo Nacional a la flor que la ciencia llama "Hedychium coronarium" de la familia de las Zingiberáceas.

“Quien la contempla y admira, quien su aroma respira, quien en su albura repara no puede menos de admirar la belleza soberana de la linda flor lozana que Cuba escogió consagrándola su Flor Nacional y al colocarla en las sienes de la amada, en el altar de sus amores, en la tumba de sus mayores o junto a su corazón no puede menos de musitar.